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Leyendas y tradiciones

 

El Desconsuelo de una Madre

 

La historia de una madre y sus tres hijos que se verá desbordada por los fatales acontecimientos

Jacqueline era una madre feliz, trataba con amor y ternura a sus tres vástagos. Sus dos primeros niños vinieron casi seguidos, 6 y 7 años. La tercera fue una bella hija de siete meses recibida con el mayor cariño que una familia pueda entregar.

 

El único inconveniente que le podía poner Jacqueline a su familia era la ausencia del marido por motivos laborales. Su aburrido trabajo como contable les daba una cómoda vida, pero le mantenía ocupado todo el día. Por lo que Jacqueline tenía que ocuparse de sus hijos sin ninguna ayuda y en algunos momentos eso resultaba agotador.

 

En mitad de la noche anterior al fatídico día, la más pequeña de la casa rompió a llorar y Jacqueline se quedó en vela. Agotada y casi arrastrándose llegó a su cama a las cuatro de la mañana tras dejar a la niña en la cuna. Cuando empezó a quedarse dormida escuchó el grito de su segundo hijo en la otra habitación, de un salto se levantó y fue corriendo al cuarto que compartían sus dos hijos mayores. Se encontró a Vincent (el mediano) visiblemente asustado y llorando sobre su cama. Parece que había tenido una pesadilla y del susto se había hecho pis encima, algo que por desgracia se había vuelto muy habitual desde que nació sus hermanita. El niño se había convertido en un príncipe destronado y su comportamiento dejaba mucho que desear y era capaz de cualquier cosa con tal de llamar la atención. Jacqueline agotada y sin pensarlo mucho, comenzó a regañar a Vincent delante de su hermano Jack.

 

¡Como te vuelvas a hacer pis en la cama te voy a cortar el pipi!, ¡Ni siquiera tu hermanita me da tanto trabajo como tú!

 

El niño lloraba desconsoladamente mientras su madre cambiaba las sábanas y le daba la vuelta al colchón. Casi sin darse cuenta eran ya las cinco de la mañana y Jacqueline aún no había podido pegar ojo. El biberón de las seis de la mañana y preparar el desayuno a su marido e hijos hizo el resto. No pudo dormir en toda la noche.

 

Lo peor de todo es que los niños pasarían todo el día en casa, ya que estaban de puente. Una festividad que parece que no respetaban en la empresa de su marido, el cual fue a trabajar como cualquier otro día dejándola al cuidado de los pequeños durante todo el día.

A media tarde y aprovechando que Vincent, agotado por la noche anterior, se había quedado dormido en su habitación, comenzó a bañar a la pequeña Marie. Era el momento ideal ya que Vincent estaba insufrible y si no le vigilaba a cada paso era capaz de incendiar la casa con tal de llamar la atención. Esa pequeña siesta le daría un respiro y la permitiría bañar al bebé un poco antes del horario habitual. Con un poco de suerte hoy podría mandarlos a dormir pronto y descansar.

 

Cuando ya sólo le quedaba lavar la cabecita a la pequeña Marie un grito desgarrador se escuchó en el pasillo. Era sin duda Vincent que seguro que había vuelto a hacer otra de las suyas. Gritando y sin soltar a Marie preguntó:

 

¡¿Qué pasa?! ¡¿Vincent estás bien?! ¡Jack! ¡¿Qué le pasa a tu hermano?!

 

Estaba a punto de envolver en una toalla a la bebé, que aún continuaba enjabonada en la bañera cuando Jack entró por la puerta y lo que vio la dejó sin habla.

 

Mamá, Vincent se ha vuelto a hacer pis en la cama así que le he cortado el pipi como dijiste.

 

El mayor de sus hijos tenía el pene ensangrentado de su hermano en una mano y unas tijeras manchadas de sangre en la otra. Jacqueline pálida por lo que acababa de suceder se levantó de un salto olvidándose que estaba bañando a la pequeña y salió corriendo hacia Jack que, al ver la furia de su madre en los ojos, escapó a toda velocidad buscando un sitio para esconderse.

 

 

Aturdida, conmocionada y agotada por la noche en vela Jacqueline no sabía como actuar cuando llegó a la habitación de los niños y vio a Vincent sobre la cama desangrándose. Tras abrazar fuertemente a Vincent le cargó en brazos y bajó las escaleras camino al coche, su única opción era llevarle al hospital inmediatamente. Cada grito de dolor del niño bajaba en intensidad, la pérdida de sangre le estaba debilitando y sabía que tenía pocos minutos antes de que muriera desangrado.

 

Arrancó el coche y pegó un acelerón saliendo el vehículo impulsado como si diera un salto al pisar un fuerte bache y sonó una fuerte explosión. El salto pareció sacar a Jacqueline de su estado de shock y de repente recordó que la pequeña Marie seguía aún dentro de la bañera. En ese momento se dió cuenta de la mortal imprudencia que acababa de cometer y bajó del coche sin mirar atrás para buscar a su hija.

 

Por desgracia cuando llegó era demasiado tarde, la pequeña de apenas siete meses no tenía la fuerza suficiente para aguantar tanto tiempo sentada sin perder el equilibrio y yacía inerte boca abajo en el agua. Los intentos de reanimar a la niña fueron inútiles y Jacqueline, gritando desesperada, bajó nuevamente las escaleras de la casa con su bebé en brazos camino del hospital.

 

 

 

Pero aún le quedaba una última y macabra sorpresa, al acercarse al vehículo todo terreno que conducía, se dió cuenta de que había un brutal charco de sangre en el suelo, al principio pensó que sería la sangre de Vincent, pero al acercarse pudo constatar que bajo el coche estaba el cuerpo inerte de Jack, que al parecer se había escondido bajo el todoterreno para evitar que su madre le pegase. Con tan mala fortuna que al arrancar ésta a toda velocidad una de las ruedas le aplastó el cráneo, reventándolo y desparramando sus sesos por todo el suelo y causando la terrible explosión que Jacqueline había escuchado un par de minutos antes.

 

Jacqueline cayó al sueño de rodillas, su cara no reflejaba ninguna expresión. Solamente se mantuvo en esa posición durante unos minutos hasta que sin mediar palabra se levantó, abrió la puerta de su coche y cargó nuevamente el cuerpo ya inerte de Vincent junto al de su hermanita. Entró nuevamente en su casa. Un minuto después bajó de nuevo, cargó el cadáver de Jack y volvió a entrar en la casa cerrando la puerta tras de si.

 

Por la noche, cuando el marido de Jacqueline llegó a su casa que estaba a quince minutos de la ciudad, se encontró el todoterreno con la puerta abierta y a medio camino del garaje, lo que le impedía aparcar su vehículo. Se acercó al coche de su mujer y se manchó el zapato con lo que parecía una viscosa mancha de aceite, cerró su puerta y se dirigió a casa en la que todas las luces estaban apagadas.

 

Al entrar gritó:

 

– ¡Jacqueline! ¿Dónde estáis? ¿Por qué tienes el coche en mitad del garaje?

 

Al dar la luz se dio cuenta de que había un reguero de sangre seca en el suelo que subía las escaleras y dirigía a la planta superior. Asustado corrió tanto como pudo para quedar totalmente impactado cuando al entrar en el baño.

Sus tres hijos flotaban sobre el cadáver de su madre que los había reunido en la bañera justo antes de cortarse las venas.

 

Causar la muerte de sus tres hijos fue mucho más de lo que pudo soportar.

Actualizado el 11 de mayo de 2015

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Leyendas y tradiciones

 

Noche Oscura en el Hospital

 

Un médico convertirá un hecho cotidiano de su profesión en algo que jamás podrá olvidar.

John era un joven médico que trabajaba de interno en un frío hospital de Dakota del Norte. Lo que no sabía era que iba a vivir una de las noches más espeluznantes de su vida

 

Aquella noche había sido especialmente dura, el servicio de urgencias no tuvo ni un respiro y a John se le había asignado por primera vez a una paciente que provenía de un accidente de tráfico mútiple. Luchó por la vida de la chica, que no debía tener más de 22 años, durante más de dos horas, pero desde que llegó se había considerado un caso perdido y en el hospital decidieron priorizar a otros pacientes que tenían más posibilidades de sobrevivir. Los médicos más experimentados del hospital habían acudido en la ayuda de los otros accidentados.

 

John era consciente de que la chica probablemente nunca tuvo posibilidades de sobrevivir, pero aún así se sentía destrozado por dentro y tuvo que tragar saliva para contenerse las ganas de llorar cuando le puso una pulsera negra a la fallecida. La pulsera negra era un protocolo típico en los hospitales americanos que servía para marcar a un difunto y señalar la hora y causas de su muerte. Normalmente eran las enfermeras quienes se encargaban de rellenar los datos y ponerle la pulsera antes de mandar a un cadáver a la morgue, pero John pensó que haciéndolo él, el recuerdo de su primer “fracaso” le serviría para aprender y avanzar en la que puede llegar a ser una de las profesiones más duras. Memorizó cada una de las facciones de la chica, la cubrió con una sábana mientras uno de los celadores se la llevaba hacia el depósito de cadáveres.

 

Al finalizar su turno la cara demacrada por el cansancio de John y el fuerte impacto emocional de perder a su primer paciente le habían dejado destrozado. No era la primera vez que alguien se moría en una mesa de operaciones frente a él, pero esta era la primera vez que él era el doctor al mando y el “único responsable”. En su mente repasaba todos y cada uno de sus movimientos y trataba de buscar cual fue su error o si había algo más que pudiera haber hecho.

Cabizbajo y caminando casi dormido entró en el ascensor. Se dirigía a la séptima planta donde tenía su ropa. Eran las cuatro de la mañana y el hospital parecía vacío, tan absorto estaba en sus pensamientos que casi ni se dio cuenta de que había alguien dentro del ascensor cuando entró. Una mujer le saludó:

 

 

- Uff y yo que creía que tenía mala cara, ¿chico pero que te ha pasado?

John se giró y vio a una mujer de unos cuarenta años que le sonreía, estaba casi tan pálida como él y aunque no tenía muchas ganas de conversar la contestó.

- Hoy ha sido un día muy duro, no se ni como estoy todavía de pie. Además he perdido a mi primer paciente.

- Pues por la cara que pones estoy seguro que has hecho todo lo que podías, no seas tan duro contigo mismo.

-Muchas gracias, probablemente mañana pueda verlo de otra forma.

Dijo John mientras se giraba a ver porque se había abierto la puerta del ascensor en una planta que ninguno de los dos había marcado.

Al mirar fuera, vio la silueta de una joven en mitad del pasillo, al terminar de abrirse la puerta comenzó a girarse lentamente hacia ellos. John, al ver la cara de la chica, dio un salto hacia atrás y pegó la espalda a la pared del ascensor mientras señalaba a la chica que había fuera y trataba de decir algo sin conseguir articular palabra. De repente pareció recuperar el control de su cuerpo y se abalanzó hacia el panel del ascensor presionando repetidamente el botón que cerraba las puertas. La mujer que había en el interior del montacargas se quedó mirándole perpleja cuando la puerta se cerró a menos de un metro para que la joven de fuera entrara en el elevador.

 

-E… e… esa chica – dijo tartamudeando del susto – yo mismo la vi morir, no pude hacer nada para salvarla y le puse esa pulsera negra.

La mujer que se había mantenido pegada a la pared sonrió y mientras levantaba el brazo le preguntó:

– ¿Una pulsera cómo esta?

 

John se giró para mirarla y observó como en su muñeca había una pulsera de color negro, idéntica a las que usan en el hospital. El joven médico se desmayó del susto y en su caída agarró fugazmente el brazo que le mostraba la mujer con la que había compartido la charla.

Minutos después encontraron a John aún desfallecido en el suelo del ascensor. Todos atribuyeron su desmayo al cansancio. Pero él sabía que lo que había pasado era real, en su mano tenía una pulsera negra que había arrancado del brazo de la mujer mientras caía desmayado. Al revisar la pulsera pudo comprobar que la mujer había fallecido dos años antes en un accidente de tráfico muy similar al de la chica que quiso salvar.

Actualizado el 11 de mayo de 2015

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